Pieza cuadrada de mármol. Con sepulcro, abierto y sellado de manera industrial. Conserva el sello episcopal impreso del obispo de Astorga Vicente Alonso (1894-1903) en un papel encolado, parcialmente roto.
Mueble de factura industrial, compuesto de un solo cuerpo formado por tres hornacinas estilizadas rematadas por agudos piñones y esquemáticos pináculos.
En su banco contiene un sagrario de idénticas características, con un fantasioso cáliz y la sagrada forma incrustado sobre él, a modo de relieve.
Apoya la estructura sobre un tablero con un anagrama mariano. Para sujetar la "mesa de altar" (un simple tablero horizontal) se bastan cuatro patas torneadas y avanzadas.
Sencillo marco moldurado y policromado que realza un frontal de altar compuesto por un tablero dividido en tres plafones con un anagrama mariano en relieve en su parte central.
Polseras lisas, con entalles en la parte inferior, con personaje adaptado al marco a modo de ménsula que sujeta una pequeña bola (lado izquierdo según se mira) y animal fantástico en el derecho, y media venera en el remate superior.
La parte central se adorna verticalmente con relieves entrelazados por medio de cintas en que se alternan motivos vegetales, tondo con busto masculino, cueros recortados, un sumario castillo y filacterias que buscan la simetría y un dinamismo reforzado por la policromía.
Busto del Padre Eterno. La cabeza dispone de largos cabellos que caen simétricos sobre el manto que cubre los hombros. Destaca su barba hirsuta. Su gesto es inexpresivo. Levanta su descubierto brazo derecho, con actitud de bendecir, y en la mano izquierda sostiene un orbe.
Centran la escena María y su prima Isabel, ambas veladas, pero representadas con clara perspectiva jerárquica. Dos mujeres con golilla se sitúan a su derecha, las acompañantes de la Virgen y San José. San Joaquín asoma por la portada de un edificio junto a otra doncella más. Un gran edificio ocupa casi la mitad de la tabla, que presiden desde las alturas tres ángeles. Un fondo natural ocupa el resto de la escena, cuyos mitigados colores se confunden con el manto virginal. Destaca el buen tratamiento de las manos.
Interior de una amplia estancia. El ángel, arrodillado, ha sorprendido a María, sentada, que leía un pequeño libro en un escritorio. Un jarrón de azucenas se dispone entre los dos en segundo plano, rompiendo la peligrosa cercanía física. La paloma del Espíritu Santo, en el centro superior de la imagen, preside el conjunto.
El fondo de la composición se articula en tres partes: una ventana a la izquierda, un arco a la derecha que da cabida al paisaje y una alcoba con una cama protegida por unas cortinas que se encuentran anudadas para que podamos verla.
El elemento más sorprendente de esta escena es la presencia de un gato negro junto al jarrón de azucenas, animal apenas representado en la iconografía cristiana, que tranquilamente se dispone en el suelo, sin muestra alguna de sorpresa.